“Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dijo a Jesús su madre: ‘No tienen vino’.Jesús le respondió: ‘¿Qué tenemos que ver tú y yo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora’. Pero su madre dijo a los sirvientes: ‘Haced lo que Él os diga’.”
(del evangelio de Juan)
Cerca ya de cumplir un año del inicio de la pandemia, la situación sigue siendo muy complicada. Mucha gente ha sufrido y sigue sufriendo las consecuencias derivadas de todo ello, y el lado más amargo de la existencia nos muestra su cara cada día: la enfermedad, la muerte y la pérdida, la soledad, las preocupaciones económicas, la situación de incertidumbre y precariedad de tantas personas, la nostalgia de otro modo de relacionarnos, la falta de certezas, la complicación de muchos aspectos de la vida cotidiana, la sociedad crispada, el cansancio de sostener el esfuerzo que supone vivir con todo ello.
En su carta a los Filipenses, Pablo se dirige a la comunidad en los siguientes términos: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: ¡Estad alegres!” (Flp 4, 4). En efecto, si realmente tenemos nuestra confianza puesta en Dios, si aceptamos a Jesús como maestro y vivimos su seguimiento como camino de salvación, ¿cómo podríamos no estar alegres, tener miedo o dudar? Pero lo cierto es que la existencia está llena de sombras y abismos y experimentamos el desánimo, la tristeza, el miedo, la inquietud y la duda. No puede ser de otro modo, está en nuestra condición humana.
Desde la Escuela de Espiritualidad acompañamos este curso el itinerario de vida y oración Caminando con María. En él, proponemos un acercamiento a María como creyente y discípula que puede iluminar muchos aspectos de la vida del cristiano de hoy. La escena de la boda de Caná es uno de esos acontecimientos: la fiesta corre el riesgo de fracasar porque falta el vino, y María sabe a quién tiene que recurrir.
María, que se sabe parte de los pobres de Israel, se reconoce necesitada de salvación, y confía en que esa salvación procede de Dios. Impacta ver que, aunque Dios es el que salva, es ella quien toma la iniciativa desde su fragilidad, pero también desde su confianza en él: “haced lo que él os diga”. Es decir: fiaos de él.
Lo vivido estos meses nos obliga a mirar de frente nuestra condición limitada. No es nada que no supiéramos, pero tal vez antes era más fácil no pensar en ello. La pandemia le ha dado a esta experiencia de tomar conciencia de nuestra fragilidad un carácter social y global. Por eso, para nosotros cristianos, la pregunta podría ser la siguiente: cuando falta el vino, ¿a quién le pedimos que llene nuestra tinaja? Con María, y con los demás, asumimos nuestra fragilidad, reconocemos que necesitamos ser salvados. Como ella, pongamos nuestra confianza en Dios.
Ángel Fernández Lázaro
Coordinador de la Escuela de Espiritualidad