… los niños y los jóvenes
Si tenéis la dicha de grabar en el corazón de los niños y de los jóvenes el amor y la confianza en la virgen María, habéis asegurado su salvación.
Enseñar a un niño una lección del catecismo, una oración como el padrenuestro o el avemaría, es una acción mucho mayor y más meritoria a los ojos de Dios que ganar una batalla.
No puedo ver a un niño o a un joven sin sentir profundas ganas de gritarle lo hermoso que es vivir y el gran amor que el Padre Dios nos tiene.
He ahí un corazón creado a imagen de Dios, salvado con la sangre de Jesús y destinado a ser inmensamente feliz; sin embargo, tal vez ese niño ignore esas verdades y nadie se preocupe de enseñárselas.
… los más necesitados
Nos comprometemos a instruir gratuitamente a todos los niños pobres que nos presente el señor párroco.
Dios nos envía a esos niños y nos concede la gracia de acogerlos; ya nos enviará con qué alimentarlos.
La roca que ha de servir de fundamento a una congregación es la pobreza y las contradicciones. Ahora bien, a Dios gracias, tenemos abundancia de ambas cosas; todo lo cual me da pie para creer que edificarnos con solidez y que Dios nos ha de bendecir.
El niño pobre ha de ocupar un puesto en la escuela, no según su condición y fortuna, sino según su capacidad. Ha de poder, si sus actitudes se lo permiten, seguir todos los grados, competir con el rico, ocupar un puesto a su lado y aun sobrepasarle.
… la educación
La buena educación de los niños pide que se les ame, y se les ame a todos por igual. Ahora bien, esto supone la entrega absoluta a su formación y el uso de cuantos medios pueda sugerir un entusiasmo habilidoso para infundirles la piedad y la virtud.
La educación es para el niño lo que el cultivo para el campo. Por muy bueno que éste sea, si se deja de arar, no produce más que zarzas y malas hierbas.
El espíritu de una escuela marista es el espíritu de familia.
El carácter más apropiado para educar humana y cristianamente a los niños y jóvenes es el que reúne la jovialidad, la afabilidad y la constancia que sólo se hallan en un corazón humilde y bondadoso.
… María
La devoción a María gusta de difundirse y quien no intenta comunicarla y tiene poco entusiasmo por extender y propagar el culto de la Virgen, demuestra que carece de tan preciosa devoción.
María no se queda con nada: cuando la servimos, cuando nos consagramos a ella, nos recibe para entregarnos a Jesús y llenarnos de Jesús.
Ya sabéis a quién hemos de pedir esas gracias, a nuestro Recurso Ordinario. No temamos acudir a ella demasiado a menudo, pues su bondad y poder no tienen límites, y el tesoro de sus regalos es inagotable.
Todo a Jesús por María, todo a María para Jesús.
… el amor a Jesús
Ver ofender a Dios, y ver que los hombres pierden su esperanza y su amor, son para mí dos cosas insoportables y que me parten el corazón.
Dar a conocer a Jesucristo y hacerle amar es el fin de vuestra vocación y el por qué de nuestro instituto.
Pido también a Dios y deseo con toda mi alma que siempre os sintáis en presencia de Dios, porque esto anima la oración y hace crecer todas las virtudes.
No lo olvidemos: con Jesús lo tenemos todo, y sin Jesús no tenemos nada.
… los Maristas
Ojalá se pueda decir de los hermanos maristas como de los primeros cristianos: «Mirad cómo se aman.»
Si supiéramos lo mucho que Jesucristo ama a los niños y jóvenes y el ansia con que desea su alegría y su búsqueda del amor que él les tiene, en lugar de considerar penosa la enseñanza y de quejamos de lo que nos cuesta, estaríamos dispuestos a sacrificar la vida en este esfuerzo.
¡Cuántas cosas haría usted si tuviese algunos cientos de miles de francos!, le dijo un día un amigo al ver cómo progresaba el instituto. Y Marcelino respondió: Si Dios nos envía cincuenta buenos hermanos, las haría mayores y mejores; lo que nos falta no es dinero, sino buenos hermanos. Una comunidad es suficientemente rica cuando sus miembros son buenos, y eso es lo que pido a Dios todos los días.
Es costoso vivir como buen religioso, pero la gracia y el amor de Dios lo pueden todo y lo llenan todo de gran felicidad. Qué consuelo y qué paz da morir en brazos de María y en su familia.