Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
Está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: ‘Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos».
Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo»
El evangelista Marcos recoge el primer evangelio escrito que conservamos. En la cultura oriental era frecuente que las historias se fueran transmitiendo de padres a hijos y de abuelos a nietos, así que este esfuerzo en poner por escrito y unificar cuanto se venía hablando de Jesús, nos da idea de la importancia que para ellos tiene su recuerdo, más cuando las comunidades cristianas han comenzado a extenderse por el mundo griego y romano y se hace importante preservar el núcleo del mensaje.
Así que Marcos se pone manos a la obra y hacia el año 50, unos 20 años después de la muerte de Jesús, escribe este evangelio recopilando sobre todo el recuerdo de la predicación de Pedro, con quien probablemente Marcos había tenido relación a través de su primo Bernabé.
Marcos inicia el relato con esta buena noticia. ¡Ha llegado el tiempo del cumplimiento de las profecías, el tiempo esperado durante miles de años se ha hecho realidad!:
¿De qué profecías hablamos? Del anuncio de un gran profeta que precederá al Mesías y que había sido ya anunciado en el Antiguo Testamento:
“Yo envío delante de ti un mensajero para que prepare el camino” (Malaquías 3.1)
“Una voz grita en el desierto: Preparad el camino al Señor” (Isaías 40,3)
¡Es el tiempo! ¡El tiempo de la promesa hecha realidad, está ya entre nosotros!
Marcos cierra así el grueso libro del antiguo testamento, para abrir un tiempo nuevo. Siglos de tradición en la que Dios se ha venido revelando a su pueblo en una relación amorosa sostenida en la esperanza del enviado que haría realidad la salvación de Israel. Siglos del maná del desierto y del agua de la roca, de éxodo y desierto. Historia del pueblo elegido sostenido únicamente en su Dios.
Llegados al tiempo del Bautista, tras siglos sin un profeta que alzara su voz, Israel había caído en el pecado de la indolencia y la autosuficiencia, del que Moisés les había avisado al final del desierto, ya a la vista de la tierra prometida:
Escucha Israel y mira que tu Dios te introduce en la buena tierra, tierra de arroyos, de aguas, de fuentes y de manantiales, tierra de trigo y cebada, de vides, higueras y granados, tierra de olivos, de aceite y de miel, tierra en la cual no comerás el pan con escasez, ni te faltará nada en ella.
Cuando entre en esta tierra, cuando vivas en ella, cuando tus ganados prosperen y tus campos den cosecha abundante, cuídate de no olvidarte de Yahvé, tu Dios, no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Yahvé tu Dios, que te sacó de la esclavitud de Egipto, que te hizo caminar por un desierto grande y espantoso, lleno de serpientes ardientes, y de escorpiones, donde no había agua y él te sacó agua de la roca y te alimentó con maná en el desierto, y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza. (del Deuteronomio 7 y 8)
En este contexto escribe Marcos ¿Quién sigue esperando en las promesas? ¿Quién creerá que lo escrito es algo más que consuelo para los corazones y añoranza de un Dios ausente? ¿Dónde el resto fiel de Israel?
No es demasiado distinta la situación de aquel Israel a nuestra situación de hoy. Nuestra Iglesia del entretiempo, los cristianos que vivimos sustentados en la resurrección de Cristo y en la promesa de su regreso, nos hemos hecho fuertes en nuestra comodidad y los anuncios de adviento corren el riesgo de aposentarse cálidamente en nuestros satisfechos corazones ¿Quién tiene voz para recordarnos que todo sigue siendo maná, que seguimos viviendo cada día de la misericordia de Dios? ¿Quién mantiene el ascu
a ardiente de la promesa en medio de este mundo tibio? ¿Quién anunciará la salvación a los pobres de Yahvé y mantendrá la esperanza?
Por encima de todas estas realidades, resuena el mensaje del profeta: ¡Convertíos, porque ha llegado el tiempo! Y este anuncio de Adviento es anuncio constante de un Dios que clama en el mundo. Anuncio extraordinario y único, y al mismo tiempo cotidiano y diario ¡Ha llegado el tiempo! Es Dios que vino y que viene y también el Dios de la esperanza que vendrá. Pero como para toda voz, es necesario “tener oídos para oír”, criterio para discernir en medio del mundo este mensaje de vida y no permitir que las luces, las compras y los villancicos del Corte Inglés adormezcan nuestra esperanza ¡Estad siempre atentos y velad!
Hermanos y hermanas: ¡Escuchemos! ¡Ánimo, ya llega! ¡En pie, permezcamos en vela, se acerca el novio! ¡Preparad el camino del Señor!
Óscar Olmedo (fraternidad San Fermín)