Hoy, Viernes Santo, dentro del lema general Despierta la VIDA, nos centramos en “Despierta la ENTREGA”. Recordamos la pasión y muerte de Jesús, el Cristo, Dios con nosotros en este día que sacude e interpela nuestra vida y nuestra fe.
A nuestra vida porque la experiencia de dolor, con todas las caras que puede presentar, la experiencia de la muerte, es una experiencia profundamente humana, que tiene, también, un tremendo potencial deshumanizador. Humanizar el dolor, humanizar la muerte, no es algo que se pueda dar por hecho, así nos lo muestran los acontecimientos recientes. Y vivirlo en Dios, hoy, nos puede ayudar a hacerlo.
A nuestra fe, porque lo que está en juego en la cruz es la misma imagen de Dios. No es sencillo situarse ante el aparente silencio de Dios en la cruz de Jesús, como no es fácil situarse ante su aparente silencio en las cruces que tantos seres humanos siguen sufriendo hoy. Como discípulos no es fácil entender la imagen de un Dios crucificado y roto, “escándalo y necedad para la sociedad de su tiempo”, como decía Pablo, pero también para la de hoy. No es fácil, como discípulos, asumir que seguir al Maestro implica asumir la cruz, nuestra propia cruz.
Hoy leemos un fragmento de la Pasión que nos ayuda a ponernos en situación.
“Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: «No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca.» Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: «Tengo sed.» Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido.» E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu”.
El contexto previo
Jesús ha dedicado sus tres años de vida pública a anunciar y hacer presente el reino de Dios. Lo ha anunciado y explicado con palabras: Bienaventuranzas, enseñanzas, parábolas…, y con acciones y signos. En cada acción su vida se compromete un poco más. Jesús cura enfermos, les acoger y les tocar, se deja tocar por ellos, también; perdona y acoge a los pecadores, habla con mujeres a solas, entra en su casa sin que haya varón de por medio… Jesús se ha ido poniendo en contra de la autoridad religiosa de su tiempo al cuestionar una religión vacía e hipócrita, centrada en el ritual, pero que olvida a las personas… Este camino le ha ido granjeando enemistades.
La imagen creada por Silvia también nos ayuda a centrar la reflexión. Y desde ella nos vamos a fijar en tres aspectos
- La soledad: el aparente abandono de Dios
La imagen nos muestra a una persona sola.
La soledad de Jesús ante el sufrimiento se pone de manifiesto reiteradamente en la Pascua: la oración agónica de Getsemaní; la soledad de Jesús en el juicio y las sucesivas comparecencias ante autoridades judías y romanas; la soledad en la crucifixión y el último aliento, clavado en la cruz. Aunque en cada escena está rodeado de personas y algunas de estas personas son de los suyos estos relatos muestran que, existencialmente, no pueden acompañarle allí donde está yendo.
Sentir esta soledad es también una experiencia profundamente humana. Cuando alguien sufre, también sufren aquellos que le quieren y aprecian, pero sobre todo sufre él. Y es muy difícil trasladar a los demás, compartir con ellos, esa experiencia de desamparo. La pandemia es un ejemplo de nuestra incapacidad de acompañar el sufrimiento y la muerte, así como de la soledad que se experimenta en los límites y también de la necesidad de humanizar estos procesos.
Sin embargo, lo que nos dice la sabiduría cristiana es que el silencio de Dios en la cruz es solo aparente. El propio salmo 22 es un salmo de confianza, en las horas más bajas, de que Dios terminará triunfando. Sin restar ni un ápice al sufrimiento de Jesús que es real y auténtico, y expresa su verdadera humanidad, al mismo tiempo, nos muestra hasta qué punto llega el compromiso de Dios con la humanidad. Dios nos ama tanto que llega hasta el extremo de experimentar la cruz, el sufrimiento, la tortura y la violencia, el abandono absoluto, la muerte. Paradójicamente, cuando más abandonado se siente Jesús en la cruz, más comprometido está Dios con el dolor ser humano.
El aparente silencio de Dios en la cruz también nos ayuda a seguir depurando nuestra imagen de Dios. No creemos en un Dios sádico. La voluntad de Dios no es que Jesús muera violentamente, la voluntad de Dios es que Jesús ame hasta el final y se entregue sin pensar en las consecuencias. Tampoco creemos en un Dios mágico que intervenga en favor de Jesús, como no lo hace en favor de otros. Ante el sufrimiento humano, la respuesta de Dios se revela en la vida, muerte y resurrección de Jesús: contra el mal, sufriendo el mal, en la esperanza de vencer al mal.
Para nuestra reflexión-oración nos preguntamos ¿Qué papel juega Dios en mi sufrimiento?
- La corporalidad y la entrega
La imagen nos muestra un torso humano y nos ayuda a fijarnos en la corporalidad del dolor.
El sufrimiento de Jesús además de poder ser un dolor psicológico, hoy, viernes santo, es sobre todo un dolor físico. Adquiere una dimensión corporal. Es su cuerpo el que es castigado, su vida se escapa por las múltiples heridas infligidas… Este hace aún más visible la idea que queremos destacar hoy, que es la entrega. Jesús lo da todo por el Reino de Dios, todo lo que tiene, hasta entregar su vida. Nos podemos preguntar qué ofrecemos nosotros mismos, qué entregamos nosotros cuando entregamos algo a los demás, qué nos dejamos en la construcción del reino de Dios… ¿Es tiempo de nuestra vida? ¿Es dinero, cosas material es? La entrega de Jesús al servicio del Reino es tan total, tan absoluta, que da todo lo que tiene: su vida. Esto se visibiliza sin ambigüedades cuando se percibe en su dimensión corporal: eso es lo que hay, entregado eso, no queda nada más.
También nosotros vivimos expuestos al sufrimiento de muchos tipos, también el físico. Pero es importante también distinguir sufrimientos y sufrimientos, dolores y dolores. Hay un tipo de dolor que es el que experimentamos de forma natural, por el hecho de ser constitutivamente limitados. La enfermedad y la muerte forman, de manera natural, parte de nuestra vida. Pero esta no es la cruz Jesús. La cruz de Jesús es el mal que Jesús tiene que sufrir por causa del Reino de Dios. Por la falta de justicia en un mundo roto. Como reacción a una propuesta de justicia, paz y fraternidad.
Eso nos lleva a reconocer que ese cuerpo sufriente, por causa del Reino, tiene su continuidad en tantos cuerpos sufrientes hoy también, tantos crucificados y crucificadas en el mundo actual por causa del Reino, o por la ausencia de él: personas que entregan su vida por la justicia, la paz, la verdad, la fraternidad… y personas que pierden su vida por la falta de ellas en tantos lugares hoy.
¿Qué estoy dispuesto a entregar por el Reino?
- La frontera como lugar de sufrimiento
La image nos muestra una valla que nos ayuda a hablar del sufrimiento en la frontera, en la periferia, de los que sufren, como Jesús, en los márgenes.
Jesús muere fuera de la ciudad, en el margen, excluido.
Las fronteras evocan las periferias, los márgenes, allí donde transitan los excluidos de nuestro mundo: Hoy siguen siendo muchos los lugares de frontera, de aislamiento, de separación y segregación.
La cruz de Jesús es la cruz de aquellos que transitan las fronteras físicas, de tantos seres humanos que han tenido que abandonar su tierra, sus raíces, su vida, solo para sobrevivir. Personas que huyen de la violencia, de la miseria, del desastre ambiental, perseguidos por su raza, su credo o su condición, que lo dejan todo atrás sin saber que les espera.
También es la cruz de aquellos que transitan las fronteras existenciales, de quienes han quedado al margen en el primer mundo en el que lo tenemos todo y viven situaciones de soledad, de desesperación por la falta de oportunidades, de falta de horizontes vitales, de ausencia de sentido y alternativas, de pobreza material.
Todas ellas son cruces, como la de Jesús, surgen, de una sociedad falta de justicia, de un sistema que tritura vidas humanas y deja montones de personas en los márgenes solo porque tiene que ser así para seguir funcionando.
La frontera evoca también nuestro propio límite y nuestro aislamiento. Quedemos del lado de fuera o del lado de dentro, la frontera nos aísla, rompe la relación con el hermano, nos deshumaniza. Ayer día del amor fraterno recordábamos que necesitamos el vínculo para crear la fraternidad. Nunca como durante el último año hemos sido tan conscientes de la necesidad de relación, de vínculo y de afecto. Citando a Lévinas, “nos construimos personas en la relación con los demás, somos porque otros nos han querido primero…” No podemos quedar indiferentes ante la frontera, por tanto, cabe preguntarse
¿Qué fronteras físicas o existenciales, me interpelan especialmente hoy?
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