Aprovechando la oportunidad de la formación conjunta de este fin de semana sobre Eclesiología de comunión con Antonio Botana, queremos presentar el Proyecto Léxico Marista. ¿De qué se trata este Léxico? De redactar un pequeño diccionario carismático en el que conceptos centrales en la vida marista y que, además, nos permitan aportar luz al camino de comunión iniciado entre hermanos y laicos. La iniciativa partió hace años del Secretariado de Laicos para dar respuesta a una necesidad. Desde entonces, el Léxico se ha ampliado hasta llegar a los 41 conceptos velando por su calidad y procurando responder a las diferentes sensibilidades culturales del Instituto.
Recuperamos para esta ocasión el término Iglesia- comunión.
El Concilio Vaticano II deja a toda la Iglesia una tarea complicada y nada fácil: sustituir un sistema eclesial representado por la pirámide, por otro sistema basado en el círculo, y éste horizontal; pasar de una Iglesia definida como “sociedad perfecta”, perfectamente jerarquizada, a otra Iglesia definida como “comunión” (1). Esta Iglesia-Comunión ha encontrado el suelo común en el que todos los miembros de la Iglesia se reúnen y sobre el que establecen sus relaciones y su estrategia para servir a la misión común.
Muy bien lo expresa Christifideles Laici: “En la Iglesia-Comunión los estados de vida están de tal modo relacionados entre sí que están ordenados el uno al otro. Ciertamente es común –mejor dicho, único– su profundo significado: el de ser modalidad según la cual se vive la igual dignidad cristiana y la universal vocación a la santidad en la perfección del amor. Son modalidades a la vez diversas y complementarias, de modo que cada una de ellas tiene su original e inconfundible fisonomía, y al mismo tiempo cada una de ellas está en relación con las otras y a su servicio” (2).
La Congregación de la fe reafirma lo anterior en 1992 precisamente con el documento titulado “Sobre algunos aspectos de la Iglesia como comunión”. La clave remarcaba que todos los cristianos tienen un papel activo tanto en el hacia dentro de la Iglesia, como en función de su misión hacia el mundo. El mismo Juan Pablo II lo expresaba en una carta posteriormente: “La Iglesia como comunión [establece que] todos los miembros del pueblo de Dios, a su propio modo, participan de la triple función de Cristo, es decir, sacerdotal, profética y regia” (3). El suelo común que sostiene a todos los miembros de la Iglesia-comunión hace referencia a los Sacramentos de Iniciación como fuente y fundamento común de toda vida cristiana; a la común llamada a la santidad; a la común y única dignidad; a la única misión eclesial, compartida por todos; al común derecho, que es también deber, a participar en la misión evangelizadora de la Iglesia.
Las nuevas relaciones en la Iglesia-Comunión se establecen a partir de lo que une, no de lo que separa. Esto no ocurría así en anteriores ecosistemas eclesiales, que preferían realzar las diferencias entre los miembros de la Iglesia y, en consecuencia, forzaban la separación, las distancias, los privilegios y las grandezas de unos respecto de los otros. Hoy estamos recuperando la conciencia del campo común, y éste es como un gran tesoro que nos iguala a todos en lo fundamental, en la común dignidad y en los comunes deberes y derechos (4).
La comunión aparece constantemente en las Sagradas Escrituras. Es más, en los primeros siglos la Iglesia naciente remarcó el vínculo profundo que tenía como comunidad misionera en el Espíritu Santo, tal y como se descubre en la experiencia apostólica de Pentecostés. Pero no se quedaba en la idea comunitaria, ya que la comunión también hacía referencia a la relación filial de los creyentes con Dios. No puede sorprender, por tanto, que se haya convertido en un núcleo esencial para vivir en cristiano remarcando la comunión vertical con el Dios Trinidad y la comunión horizontal entre la Humanidad.
Desde esta perspectiva podemos destacar algunos principios y dimensiones que se pueden establecer a partir de la eclesiología de comunión: Dios es comunión en la diversidad. La unidad no se puede confundir con uniformidad. El Pueblo de Dios constituye una “comunión de vida, de caridad y de verdad” (5). En este sentido, cada Iglesia particular tiene que ser en sí misma comunión. No existen en la Iglesia diversas misiones. En realidad, la misión es única con la participación de todos.
A partir de la Iglesia-comunión la constitución interna de la Iglesia ya no queda representada por aquel trinomio “clérigos – religiosos/as – laicos”, sino por el binomio: “comunidad – ministerios y carismas”, donde se señala que la unidad (la comunidad) es anterior y da fundamento a la distinción (representada por los diferentes ministerios y carismas que construyen la comunidad); se subraya la condición cristiana común y al mismo tiempo la iniciativa libre y variada del Espíritu, que suscita en la Iglesia la riqueza de ministerios y carismas para la utilidad común; se reconocen y valoran las diferencias, pero de forma complementaria y subordinadas a la unidad (6).
Dentro de la Iglesia, el carisma se convierte en la expresión de la comunión dentro de la misión. Y es que “la sociedad está urgida a la comunión, y la Iglesia también; compartir y participar acerca e integra, y de una manera especial a laicos y consagrados, y estos a lo ordenados” (7). La noción de la Iglesia-comunión genera una dinámica interna que debe encarnarse efectivamente en la realidad concreta. Es decir, no puede quedarse en una palabra de uso habitual, no es un eslogan sino que debe responder a un verdadero proyecto eclesial. El objetivo de la comunión es la unión con Dios y con los demás, lo que necesita de instrumentos significativos para que ésta se produzca: “Nuestra vida se unifica en torno a Cristo en las tres dimensiones del carisma: la espiritualidad nos envía a la misión y engendra vida compartida; la comunión nos fortalece en la misión y plenifica la espiritualidad; la misión nos descubre nuevas facetas de la espiritualidad y nos hace vivir la fraternidad”.
1 Es el segundo Sínodo extraordinario de los obispos convocado en el año 1985, donde aparece la primera declaración programática en clave de Iglesia-comunión: “La eclesiología de comunión es una idea central y fundamental en los documentos del Concilio”. Es decir, los obispos defendieron el uso de la idea de comunión para profundizar en la comprensión de la Iglesia.
2 Cf CL 55.3
3 Sacrae disciplinae leges.
4 Cf Antonio Botana, Las familias carismáticas en la Iglesia-comunión.
5 Lumen Gentium, 9.
6 Antonio Botana, Las familias carismáticas en la Iglesia-comunión.
7 José María Arnaiz, Vida y misión compartidas. Laicos y religiosos hoy, PPC, Madrid, 2014, pág. 24.
* Para profundizar en la recepción de esta idea de comunión en el Instituto, puede verse la definición de “Comunión” en este mismo Proyecto Léxico: http://www.champagnat.org/330.php?a=11a&id=4 o En torno a la misma mesa, 123.