El lema que nos hemos dado es Despierta y hoy hacemos hincapié en despertar a la fraternidad, que lo vemos reflejado en la imagen que ha elaborado Silvia. En esta imagen vemos todos los elementos que nos ayudan a crear fraternidad: pan compartido, vino, hierbas amargas y manos, nuestras manos que quieren ponerse al servicio de la fraternidad.
Afrontamos esta reflexión teniendo en cuenta estas pautas:
- Cuando el camino se nos hace duro y cuando vivimos épocas de crisis tenemos la tentación de volvernos hacia dentro. De cerrar los ojos a lo que nos rodea y centrarnos en nosotros mismos, en nuestras necesidades. Así sentimos que todo está bajo control y nos creemos a salvo. Cerramos los ojos para no vernos más que a nosotros mismos.
- El Reino de Dios nos advierte que por ahí no está la vida. Nos invita a abrir los ojos y mirar con los ojos de Dios. Nos invita a salir fuera de nosotros mismos y conectar con los demás. Nos recuerda que estamos hechos para la fraternidad y no podemos caminar, y menos en el desierto, sin los demás. Somos un pueblo, tú eres mi hermano, y tú eres mi hermana.
La imagen del lavatorio de Sieger Köder nos acompaña también en esta reflexión-meditación. En ella podemos observar:
El escándalo de Pedro al ver que Jesús, el Señor, se dispone a lavarles los pies. Ningún judío estaba obligado a lavar los pies, para mostrar que un judío no era esclavo. Únicamente una madre o un esclavo hubiera podido hacer lo que Jesús hizo aquella noche. ¿Cómo es posible que un judío honorable, se rebaje a hacer un trabajo de esclavos? ¿Cómo es posible que todo un Dios, se abaje, se humille hasta lavar los pies de un pecador?
El rostro de Cristo solo se puede ver reflejado en el agua sucia del barreño. Normalmente no dejamos a nadie que se acerque a estos episodios que son como heridas en carne viva. Hacemos todo lo posible para mantenerlos en la oscuridad. Creemos que, si los demás conocieran esas faltas, nos dejarían de amar, experimentarían el mismo rechazo que nosotros sentimos cuando las recordamos. En el fondo no somos tan distintos de Pedro. Pero Jesús insiste: “Si no te dejas lavar los pies, no tienes nada que ver conmigo.” Es como si dijera: si no me dejas entrar hasta en lo más oscuro de ti, aquello que rechazas profundamente en tu interior, no descubrirás nunca quien soy.
Déjate lavar, déjate mirar por el Cristo resucitado. Dos detalles del cuadro que nos indican que lo que está ocurriendo, ocurre también hoy, en el tiempo presente. El blanco del vestido de Jesús es el color de la resurrección y el azul del manto, debajo del cubo, siempre se ha aplicado en el arte cristiano a la naturaleza divina de Cristo. Köder nos está indicando que es Cristo Resucitado el que está lavándole los pies a Pedro. Es más, quizá ni siquiera sea Pedro el que está sentado con los pies en el agua, sino que sea la representación de un creyente actual. Es una invitación a que ocupes tu sitio en el cuadro.
Para que hagáis vosotros lo mismo. Jesús en el evangelio dice: “¿Entendéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis el maestro y el señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el señor y el maestro, os he lavado los pies, también vosotros os los debéis lavar unos a otros. Yo os he dado ejemplo, para que hagáis vosotros lo mismo que he hecho yo”
Estamos llamado a hacer con otros lo que Jesús hace conmigo. Es importante tener esta experiencia sanadora de ser limpiado, cuidado, incluso mimado para poder ser hermanos y hermanas que saben a acogida, a esperanza, a servicio delicado, a compromiso solidario real… Porque sólo podemos dar lo que tenemos, lo que hemos experimentado profundamente.
CONTEMPLANDO NUESTRO MUNDO
- Desde esta contemplación de Jesús acariciando los pies de sus amigos, nos surge usar un lenguaje que gire en torno a la vida, la atención, la presencia y el acompañamiento, a la ternura, el consuelo y la resiliencia. Un lenguaje que, en vez de convocarnos al «combate», nos convoque a construir alternativas desde la comunidad y el cuidado.
- Estamos llamados a mantener la esperanza. Esperanza es creer que lo que vivimos tiene sentido, no pensar que vaya a salir bien. La esperanza cristiana no niega la realidad, sino que nos empuja a crear un mundo mejor. Hoy especialmente nos sentimos llamados a iluminar nuestra fragilidad y vulnerabilidad colectiva desde la contemplación de Jesús a los pies de la humanidad, para, desde ahí, tomar las nuevas decisiones que nos harán más humanos, más divinos.
- Tenemos muchas preguntas que nos llaman a la conversión, responsabilidad, acción, pérdida de privilegios, alzar la voz… Hoy al dejar que Jesús lave nuestros miedos, nuestra dificultad de convertirnos, de salir de nuestro confort, de buscar solamente la seguridad, de nuestra propia fragilidad y vulnerabilidad… percibimos que el Espíritu nos invita a ser una comunidad samaritana, a tener ojos para ver a los que quedan en los márgenes, a tener un corazón compasivo que se detiene y sale al encuentro del necesitado y comparte con él y ella lo que tiene y lo que vive. (FT 56- 86)
- Por eso podemos decir que lo vivido en este tiempo es un tiempo de gracia. Un tiempo de profundo aprendizaje vital, en el hemos percibido que sólo juntos podemos salvarnos, que estamos llamados, como humanidad, a tenernos en cuenta unos a otros si queremos seguir viviendo con salud y con esperanza. Si lo leemos desde la perspectiva de lo que hoy celebramos, estamos en un tiempo de oportunidad, de percibir que la nueva normalidad tiene sabor de fraternidad y que acelerar su llegada nos compete a los seres humanos, singularmente a quienes compartimos el sueño de Jesús de Nazaret. De nosotros depende, en definitiva, que el camino de la post-pandemia sea un camino hacia el Reino de Dios que no es otro que el vivo deseo del Padre tal y como nos desveló Jesús de Nazaret: el Reino de Dios, no es una salvación individualista, sino la fraternidad universal de los hijos e hijas del Padre, reconciliados al fin en torno a la misma mesa donde “toda lágrima quedará enjugada” (Is. 25, 6-8).
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