A lo largo de este fin de semana hemos ido recordando y reviviendo aquellos aspectos más significativos de nuestra espiritualidad. El hno. Jaume Parés, gran conocedor de las cartas del Padre Champagnat, nos recordaba que aunque este no dejó ningún tratado de espiritualidad, a través de sus escritos y de los escritos de los primeros hermanos podemos conocer cómo era su espiritualidad. Por eso, nos decía el hno. Jaume: «Delante de las cartas debemos situarnos en actitud orante para, desde estos escritos, descubrir a su autor, la dimensión de su experiencia espiritual. No busquemos un tratado de espiritualidad, ni un manual de piedad. A través de su correspondencia, mucha de ella de temas cotidianos, podemos descubrir su figura. Es él, no hay intermediarios». Y en ese encontrarnos con él, nos encontramos con un hombre «guiado por el Espíritu».
En la introducción de «Agua de la Roca», el libro que recoge y actualiza nuestra espiritualidad en el s. XXI dice que «el fundador era un hombre enamorado de Dios y, con su ayuda, sus primeros hermanos también llegaron a serlo. Ellos, bajo su tutela, fueron creciendo en su conciencia de la presencia de Dios y aprendieron a confiar en la Providencia». Su espiritualidad «nacía de la propia experiencia de Marcelino de sentirse amado por Jesús y llamado por María».
En esta espiritualidad mariana y apostólica reconocemos cinco rasgos que nos definen:
- Presencia y amor de Dios. La historia de Marcelino y los primeros hermanos y ahora la nuestra está hecha de pasión y compasión: pasión por Dios y compasión por los demás, nos dice el nº 1 de Agua de la Roca.
- Confianza. La manifestaba de manera sencilla y clara a través de distintas expresiones o invocaciones: “Si queremos complacer a Dios pidámosle mucho, pidámosle cosas grandes. Cuando más le pidamos más le agradaremos”. «Si el Señor no construye la casa…» y «Tú lo sabes, Dios mío».
- Amor a Jesus y su evangelio. Todos conocemos y recordamos su famosa frase: “Dar a conocer a Jesucristo y hacerlo amar es el fin de nuestra vocación. Si no trabajamos en ello nuestra congregación es inútil».
- Al estilo de María. Marcelino dejó escrito: «Sin María no somos nada y con María lo tenemos todo, porque María tiene siempre a su adorable Hijo en sus brazos o en su corazón»
- Espíritu de familia. En su modo de entender la comunidad Marcelino se fijó en la familia. La humildad y la sencillez son nuestro sello de familia.
Además de estos rasgos Jaume nos recordaba que en las cartas de Marcelino hay constantes referencias a María. Tres expresiones destacan de manera particular:
- Hijos de María: expresión que aparece por primera vez en 1828 en una carta: «Deseo abrir una casa o dos para aumentar el número de los hijos de Maria”. Y en otra carga dirigida a los hermanos dice «Venid todos a reuníos al calor del santuario que ha visto cómo os transformabais en hijos de la tierna madre”.
- Nuestra buena madre. Es la expresión más frecuente en los escritos de P. Champagnat. La utiliza en 14 veces y en 11 aparece con nuestra. En ningún texto aparece con el artículo la.
- María, nuestra madre común: este añadido a la expresión anterior, «común» nos indica que en ella todos somos hermanos, somos iguales entre nosotros.
Compartir nuestras propias historias y recorridos en este ambiente de fraternidad nos han llevado a situarnos, como Maristas de Champagnat, ante la casa de La Valla, icono para este nuevo comienzo, que engloba la interioridad, la fraternidad y la misión.
Marcelino, hombre abierto al Espíritu y a las necesidades de su tiempo, supo dar una respuesta valiente y decidida. También hoy nosotros estamos llamados a escuchar al mundo que nos rodea y discernir los caminos por los que nos lleva el Espíritu. Sabiendo que nunca nos faltará el cuidado de «nuestra Buena Madre».