¿Qué entendemos cuando hablamos de ‘Espiritualidad Marista‘?
Como acercamiento, el Proyecto Léxico Marista nos ofrece hasta el momento 41 voces en torno a las raíces de la vida marista, siendo una de ellas el término Espiritualidad marista que ofrecemos a continuación. Definición de «Espiritualidad marista» no como un conjunto teórico, sino la vivencia que han experimentado Champagnat y los primeros Hermanos maristas, y continúan como historia hasta nosotros.
Espiritualidad marista
La espiritualidad modela nuestra forma de relacionarnos con las personas, con el mundo y con Dios. Es más que el culto, las creencias, las normas y los dogmas. Hace referencia a la dimensión profunda y absoluta de la existencia. Es sentido de la vida. Es vivir desde la raíz. El documento En torno a la misma mesa, señala que la espiritualidad es vivir en y desde Dios. La espiritualidad es como la savia del árbol. No está a la vista, pero sostiene, hace crecer y da fruto. En Agua de la Roca se describe la espiritualidad como ese fuego inextinguible que arde dentro de nosotros, nos llena de pasión por la construcción del Reino de Dios y se convierte en la fuerza impulsora de nuestras vidas, dejando que el Espíritu de Cristo nos guíe.
Las Constituciones de los hermanos así como Agua de la Roca caracterizan a la espiritualidad marista como mariana y apostólica. Mirando a Champagnat descubrimos a María, como guía, compañera de camino, hermana en la fe. María es nuestro modelo de seguimiento de Jesús. Hacemos presente a Jesús a través de los rasgos de María. La espiritualidad marista sabe de la pasión del apóstol, como la que vivió Champagnat y los primeros hermanos. Es espiritualidad apostólica, espiritualidad misionera. Impulsa hacia la misión y en la vivencia de esa misión se alimenta y reaviva. Ser hermanos y hermanas de todos los que encontramos en el camino de la vida, es una expresión hermosa de nuestra espiritualidad apostólica que nos lleva a ser signos vivos de la ternura del Padre, como encarnación de nuestra misión.
La herencia espiritual que nos viene de Marcelino, hombre práctico, afectuoso y sencillo, se enmarca en una espiritualidad sin complicaciones, con los pies en la tierra. Espiritualidad que nos ayuda a descubrir la profundidad que se esconde en la vida cotidiana, donde experimentamos la presencia de Dios en la creación y en los acontecimientos de cada día, en el trabajo y en las relaciones, en el silencio y en el ruido, en las alegrías y en las penas. Todas esas experiencias cotidianas se convierten en lugares de encuentro con Dios. Por eso, la espiritualidad marista tiene la dimensión femenina del hogar de Nazaret, la que ofrece María, modelo de vida sencilla y laboriosa.
La espiritualidad marista es una espiritualidad comunitaria. Entiende la comunidad como un lugar único donde Dios se revela a través de los otros. Nos capacita para “sentir con” nuestros hermanos y hermanas, compartir sus vidas y unirnos a ellos en amistad. Nos ayuda a reconocer la belleza y bondad de los otros, y abrir un espacio para acogerlos en nuestras vidas. Champagnat nos dijo con su ejemplo que el espíritu de familia, inspirado en Nazaret, y hecho de amor y perdón, ayuda y apoyo, olvido de sí, apertura a los demás, y alegría, es comunión con Dios.
En la espiritualidad marista aparece la dimensión mística, la que trasciende las apariencias y los significados superficiales para entrar en las entrañas de cada situación. La que ve las huellas de Dios en todos los acontecimientos de la vida. La que escucha, medita y discierne, como María que guardaba y meditaba todas las cosas en su corazón. La que hace brotar la alabanza: “Señor, qué grande es tu amor”. Espiritualidad de la mirada contemplativa, la que sabe escudriñar la existencia de un modo habitual para encontrar a Dios que está en el sustrato de nuestra vida. La que ayudó a Marcelino a comprender el significado de su encuentro con el joven moribundo, Juan Bautista Montagne.